Hoy, las mesas del bar San Martín parecen estar predispuestas como islotes. Y sean de a una o de a dos, solo hay lugar para un habitante. Hoy se está solo. pero el ambiente exacerba un compartir.
Acá lo que más se consume son miradas rojas de blanco con soda y viejas anécdotas de la misma cafetera.
Este es un lugar donde todo el tiempo hay una misa, una misa permanente para los mismos fieles de siempre. Elevamos nuestros corazones, y lo tenemos elevado.
El torrente de sangre entra y sale como la puerta vaivén; cada tanto se forma un triunvirato parlanchín, pero los jueces se conforman en la barra. Supongo que debe ser así desde 1947.
Pero los recién llegados como yo, nos conformamos a travéz de esas dos ventanas, que a pesar de los culos que no se ven observamos esas caras.
El tango y la milonga suenan sobre una cinta estirada, y el afecto empieza a ser de todos porque resuenan en las miradas. No tengo intención de rimar en esto, posta. Pero soy clase 72 y me sumo con orgullo al lugar por donde tambien paso Luca.
miércoles, 2 de junio de 2010
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